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En mi primer trabajo como pasante de ingeniería, en una empresa industrial internacional, uno de los jefes del sector se acercó en modo “consejero” y me dijo, lo primero que debes aprender para trabajar en una organización “es que cuando tenes un problema, la manera más rápida de solucionarlo es encontrar un culpable”.

Por supuesto que pensé que se estaba haciendo el gracioso o estaba exagerando. Pero después de 25 años trabajando en organizaciones industriales pude comprobar, que aquél primer jefe no estaba muy equivocado, lastimosamente.

Y si no, pensemos qué pasa cuando por ejemplo nuestro jefe nos da un feedback negativo, o cuando nos avisan que el proyecto que estamos liderando no podrá ser puesto en marcha para la fecha planificada. Lo primero que sentimos es disgusto y malestar, y ante esa sensación incómoda, nuestro objetivo es convivir el menor tiempo posible con ella. Entonces: nuestro jefe es un mal jefe, los que nos acompañan en el proyecto son unos inútiles, etc, etc…

Nuestra reacción es “resolver” la situación lo antes posible. Y para eso, la “solución” casi automática que tenemos aprendida, es encontrar un culpable (persona o situación), a quién colgarle la mochila de nuestro malestar.

Pero pensemos ¿Esas soluciones “reactivas”, generan resultados satisfactorios? ¿Esa “resolución” de la situación es profunda y sustentable?

¿Qué pasaría si fuésemos capaces de “bancarnos” un poco más los sentimientos incómodos, sin buscar culpables reactivamente, y pudiéramos hacer uso de nuestra capacidad de reflexión para buscar salidas más creativas e innovadoras a lo que está sucediendo?

Creatividad e innovación es lo que estamos buscando todos, en las organizaciones.

Si nos hubieran enseñado en el colegio un poco de gestión emocional, sabríamos como primera regla, que la sensación incómoda que me produce la situación no es consecuencia de lo que estoy viviendo, sino de cómo me lo estoy viviendo. Es decir, cómo estoy interpretando ese feedback, ese cambio de agenda, etc.

Y esa manera de interpretar, sólo tiene que ver conmigo. Sólo tiene que ver con todo lo que me digo, con todo lo que pienso, mientras vivo la situación. Todo sucede en milésimas de segundos y no llegamos a ser conscientes de nuestros mecanismos automáticos interiores. Sólo detectamos el resultado de todo eso, que es la sensación que nos queda en el cuerpo (más conocida como emoción).

El gran tema es que esa sensación determina que pueda ver, o no, posibilidades a futuro, en esto que estoy viviendo. Y eso condiciona las acciones que tome, y por ende los resultados que logre.

Si me «siento bien” me animo a todo. Si me “siento mal” lo evito todo.

Puedo auto-convencerme mentalmente que puedo con todo, pero si a cada paso de mi día laboral, mis reacciones van acumulando en mi interior sensaciones de mal-estar (enojo, frustración, ansiedad, desilusión, etc), no voy a tener energía suficiente para accionar. Y la solución será ir buscando culpables permanentemente.

¿Vamos a seguir pensando que nuestro mundo emocional no tiene nada que ver con nuestro ámbito laboral? ¿Vamos a seguir negándonos la posibilidad de aprender de nosotros mismos?

Sólo prestando atención a lo que me pasa (a lo que siento), puedo descubrir qué me estoy diciendo, que está pasando dentro mío. Esa es la manera más consistente de desarticular el malestar que me estoy produciendo (con mis pensamientos, mis creencias, mi manera de ver el mundo), y así poder articular nuevas ideas (nuevo mindset) que me permiten ver posibilidades y soluciones más innovadoras a cada situación.

El mundo actual nos pide innovación. Y aunque nos suene descabellado en el mundo laboral, la innovación tiene que ver con la emoción.

Reconocer lo que nos pasa y aprender de nosotros mismos, nos da la oportunidad de ver posibilidades más creativas en el futuro, de construir relaciones más sanas en nuestros equipos de trabajo y vivir en bien-estar personal cada día, sin tener que esperar al viernes para ser feliz.