Mientras recorremos nuestra formación escolar nos enseñan que lo más importante del proceso de aprendizaje es la nota que nos ponen en la libreta, a través de la cual logramos pasar de año. Esta nota, con el correr del tiempo y de los boletines, pasa a convertirse en nuestra identidad personal. Soy un alumno excelente, medio o regular. Y lo que surge naturalmente es la comparación con mis propios compañeros. Y así cada banco de clase pasa a ser una trinchera desde la cual empiezo a librar mis propias batallas personales e intelectuales, para dejar de sentirme menos que el resto y sobresalir. Lo verdaderamente importante es lo que logro hacer, de manera individual, con lo que me enseñan los profesores, cuánto logro retener para completar una hoja de examen.
La idea de que el aprendizaje nos transforma no tiene mucha repercusión en estos ámbitos, ya que nadie evalúa nuestra transformación personal. Sólo aquello que queda en mi intelectualidad. Tampoco tiene mucha cabida el tema de la posibilidad de co-crear nuevos aprendizajes para todos, ya que nadie pide ni evalúa nuestros aportes a esas nuevas ideas discutidas en el aula.
Con todo ese “entrenamiento” llegamos a las organizaciones, en las cuales nos presentan nuestro puesto de trabajo, nos explican detalladamente los indicadores con los cuales medirán nuestra gestión y desempeño. Y al iniciar cada año nos hacen llegar los objetivos que debemos lograr en cada uno de esos indicadores. Se enciende la luz verde, arranca el nuevo año (con la frustración o la alegría de los objetivos no cumplidos o cumplidos el año anterior) y empiezan las batallas individuales por lograrlos este año… a como dé lugar.
Pero resulta que este nuevo mundo de pandemia vino a movilizar nuestras estructuras, a traernos desafíos nuevos, a obligarnos a innovar para dar soluciones rápidas a cambios acelerados que van llegando. Desafíos e innovaciones que no pueden recaer en puestos aislados o en el CEO de la empresa, porque descubrimos que tenemos más preguntas que respuestas. La verdad es que estamos necesitando ponernos a pensar todos juntos, en las nuevas soluciones que necesita la organización a la que pertenecemos para que estos cambios acelerados no se la lleven puesta. Para que nuestra organización siga existiendo y siga siendo nuestra fuente de desarrollo profesional y de ingresos. Para eso nos hemos preparado.
Pero van pasando los meses y a muchos nos cuesta salir de nuestras trincheras. ¿Qué debemos hacer? ¿Llamar a un “alto el fuego”?
Llegó el momento y con urgencia, de pasar de modelos competitivos, que producen líderes exitosos (en cuanto a sus indicadores de gestión) en organizaciones moribundas; a un modelo colaborativo, donde prime el objetivo de co-crear soluciones innovadoras para todos, por encima del rol o el puesto de cada uno.
El camino que debemos recorrer, según mi punto de vista, para lograr organizaciones colaborativas e innovadoras, es el de la confianza y conocimiento mutuo. Para ello, el primer paso es bajar nuestros escudos y reconocernos como compañeros de trabajo, como personas, todos distintos entre sí, pero con la urgencia de pensar juntos una “nueva normalidad” que aporte al mundo un mejor lugar para vivir y desarrollarse.
Así como se nos enseñó en este último año que debemos cuidar y cuidarnos para no contagiarnos y no contagiar a nuestros seres queridos, porque no nos salvamos solos, lo mismo podemos decir de las organizaciones y empresas, el éxito será de todos o de nadie.