Saltar al contenido

Por miles de años nos enseñaron a observar el afuera para poder aprender del mundo que nos rodea, y en un punto fue el único recurso que tuvimos a mano los seres humanos para conocer nuestro entorno, observar y reflexionar. Inventamos telescopios para mirar lo más lejano y también la lupa y los microscopios para poder descubrir de qué están hechas las cosas materiales más cercanas. Ese fue el movimiento que por miles de años llevamos a la práctica para “aprender”, MIRAR HACIA AFUERA.

Entonces buscamos afuera lo que nos puede llegar a gustar y así elegimos en qué oficio o profesión vamos a formarnos, para luego conseguir un trabajo y desarrollar nuestras habilidades, que “descubrimos” en la formación. Y así va pasando gran parte de nuestras vidas casi sin percibir este permanente movimiento del mirar hacia afuera. Si quiero saber qué me pasa miro allí afuera, si me siento molesto observo a mi alrededor para buscar las causas de dicha molestia, si algo me ilusiona o me alegra, también tomo la lupa para detectar en el entorno la causa de mi alegría.

Si sabemos hacer todo esto, y cada vez lo hemos ido perfeccionando más, ¿por qué el ser humano post-moderno se siente cada vez más vacío, más angustiado, según las estadísticas de salud mental? ¿Tal vez haya algún espacio del Universo que nos esté faltando explorar?

Cada vez son más los que coinciden en que hay otro movimiento importante para el aprendizaje que nunca nos enseñaron en forma sistemática, el MIRAR HACIA ADENTRO. Para auto-indagarnos, para auto-conocernos. Tomar un ESPEJO en lugar de la LUPA. Este creo, es uno de los grandes cambios de paradigmas del momento que estamos viviendo.

Pero ¿qué implica mirar hacia adentro? Yo diría que es un movimiento de aprendizaje lleno de desafíos. Navegar por nuestro mundo mental constituido por decenas de miles de pensamientos automáticos que generamos día a día, más algunos pensamientos conscientes. Una estructura de creencias que hemos ido formando a lo largo de nuestra historia personal, en base a la cultura donde nos tocó crecer, las palabras que nos tocaron escuchar de nuestros referentes cercanos en los primeros años. Y si nos queda energía aún, luego de este extenso recorrido, podríamos internarnos en nuestro mundo emocional, con todas sus “reacciones” a estímulos externos que nos permiten adaptarnos al entorno, más la historia de todos nuestros sentimientos, que surgen de la unión entre emoción y pensamiento.

Vivimos cada día tomando decisiones desde esa complejidad interior de pensamientos y emociones, con la ilusión de que lo hacemos desde la racionalidad, sin darnos cuenta de que nuestra observación del afuera no es objetiva, está teñida y condicionada por nuestro mundo interior. Por ende, es necesario detenerse a pensar: que vemos cuando miramos. ¿La “realidad objetiva” del mundo exterior o sólo aquello que podemos ver desde los condicionamientos de nuestro mundo interior? ¿Vamos a seguir invirtiendo nuestro tiempo acumulando certificados de formaciones académicas o vamos a empezar a indagarnos para descubrir-nos y acercarnos al propósito de nuestra vida? Aquél que nos llene de significado y nos permita vivir una vida plena de bien-estar. ¿Vamos a seguir con la lupa en mano o vamos a atrevernos a tomar el espejo?